En la infancia, lo que más necesitan los niños son vínculos significativos. Esos lazos que les permiten sentirse seguros, amados y parte de algo más grande que ellos mismos.
Los rituales de conexión son momentos intencionales donde el adulto y el niño se encuentran realmente: sin prisa, sin distracciones, desde la presencia y el afecto.
Desde la visión de Conscious Discipline, cada ritual es un acto amoroso que regula las emociones, fomenta la cooperación y, sobre todo, recuerda al niño que es visto, escuchado y amado tal y como es. Estos momentos de conexión profunda son la base de una educación emocional que nutre el pensamiento, la empatía y la confianza.
Tal como lo explica Lety Valero, los rituales amorosos integran cuatro componentes esenciales que ocurren simultáneamente y dan vida a ese encuentro entre adulto y niño:
Cada mañana, inventen un saludo especial: puede ser una coreografía, un choque de manos con sonido o una palabra secreta.
Por ejemplo:
“¡Choca la mano, toca la nariz, un abrazo volador… y feliz día otra vez!”
Integra contacto visual, físico y juego. Refuerza el vínculo antes de separarse.
Míralo a los ojos, haz una cara graciosa y dile:
“Muéstrame tu cara de alegría / sorpresa / dormilón / dragón…”
Luego el niño repite contigo.
Es un juego de imitación que trabaja la conexión visual y emocional, ayudando a reconocer y regular emociones.
Elijan una canción corta para cantar mientras se abrazan y se balancean juntos:
“Te abrazo fuerte, te abrazo así, porque tú eres parte de mí.”
Cantar suavemente activa la calma, la oxitocina y el sentido de pertenencia.
Ideal antes de dormir o después de un día largo.
Con las manos, dibujen un corazón en el aire o sobre la espalda del otro y digan una frase amorosa inventada.
Por ejemplo:
“Aquí guardo mi amor para ti, siempre cerquita de mí.”
Promueve la expresión afectiva y el contacto físico de forma lúdica y tierna.
…que los rituales amorosos son el lenguaje más puro del vínculo.
A través del juego, la presencia y el amor consciente, los niños aprenden que no solo son amados, sino también importantes. Son pequeños momentos que, repetidos cada día, se convierten en grandes anclas emocionales para toda la vida.